domingo, 19 de junio de 2011

En las calles de un París sin aventuras


En las calles de un París sin aventuras 

En las calles de un París sin aventuras, hay ruinas y nostalgias
Mil mundos que se acaban cuando la mirada se posa en puntos donde alguna vez posaron otras.
En ese espacio ajeno a la vida y al tiempo, vive un pequeño, con su corazón de rosa guarda mil espinas y piensa mucho en  el mundo que se queda sin nada.
Se alimenta del aire envuelto en polvo, de las ganas marchitas de ser, y eso que suele preguntarse constantemente qué es ser. El niño no sabe si en el mundo otros habrán.
En ese París sin nombre, ese niño de piel morena juega al amar, con las fotos que mujeres y uno que otro hombre, dejaron abandonadas antes de la partida.
En las ruinas el niño juega a crecer, en castillos Laura sodomiza su piel. Matorrales de duda posan en la cuidad.
Un día Laura camina comiendo insectos, quitándose el vestido que su padre gustoso ya había quitado. Ella se corta y de la sangre un túnel se forma, el tiempo se rompe, el amor es de quien lo quiera. Tierras hedonistas buscan ayuda, un beso por una eternidad en paz.
Ella cae y él la mira, ambos desnudos. Ella casi mutista ni asombro muestra, él se excita en el asombro del que ella carece. Fotos nunca tan hermosas serian como esa mujer, describir no serviría de nada, para él, ella era única.
Con curiosidad el niño se  acercó a su boca y tembloroso robo las patas del insecto que en los labios trémulos de ella, aún se retorcían.
¿Cuántas veces el tiempo rebotaba en el castillo mientras ella clamaba un STOP?, ¿cuántas veces el deseó tiempo?, ella sonrió, él se sonrojo.
Se quedaron mirándose, hasta que del cielo oscuro y café nació un espacio azul, tan hermoso como el vuelo de las gaviotas que él nunca había visto. Ella se sintió suicida y comenzó a recitar poesía.
Ella lo beso y como si el conocimiento fuese el fruto de las ansias por conocer, mil letras se posaron en él. Lenguas tantas como las que distribuyo la torre de babel, eufemismos muy lejanos a él, su alma se envolvió en tanta oscuridad pero la ignorancia cobijaba su pureza. Él la miro y con dulzura, dijo, muere hoy y después de morir sólo vive. Supo lo que era la pena, supo lo que era la belleza. Dio un paso al frente y el mundo cambio, París se pobló de calles y de casa, el cielo se quedó azul, seres vivientes en su realidad vivían, Colombia, Perú, Londres, Jamaica. Todo se mostró en su limitada mirada.
Ella reía. Increíblemente ella reía. El mundo se había vuelto desolado, la mayor melodía, era la del viento que besaba sus cuerpos desnudos, tanta sensualidad como belleza. Llovió y él supo lo que era la lluvia, llovió y ella supo lo que era ser besada por el cielo.
Se dieron cuenta que pisaban los rieles de un tren, ese que se acercaba con paso furtivo, como amenazante desamor, ella y él, tan desconocidos como confiados, levantaron sus manos y las pusieron al frente, de sus palmas salió un jardín lleno de espinas. Envolvieron al tren, lo capturaron y lo amaron. 
Palabras nunca en ellos, mil miradas y mil gritos, pero nunca nada para decir, una sonrisa podía decirlo todo.

FIN 

No hay comentarios:

Publicar un comentario