Me quito las venas pero crecen como si fueran las raíces de un viejo árbol.
Quítame la valentía y así sabré que ya soy demasiado cobarde para recuperarla,
pero no me quites tus besos, no me revientes el pecho.
Cuando
comienza el cuento de la madrugada tecleo las áridas tierras de la
luna, y ella expulsa un polvo, como las lágrimas del barro seco,
destapando mil cadáveres de sirenas. Llega la noche y siento como se
rompen las cuerdas que vuelven a unirse cuando un brillo rompe la
ventana y los griegos vienen a por mí, a matar con espadas oxidadas el
cuerpo de acero y el alma de papel, que suena y resuena como cuerdas
rotas y guitarras viejas
Me dejo en un viejo libro, muy
quedo en las letras teñidas de desgano y mil tareas. Cierran los ojos
los ciegos y mis pestañas se tiñen de blanco. Cuando más vivo se siente
el olvido es que uno comienza a recordar, a tirar por la borda los
sueños del triunfo fututo, y mi filosofía se vuelve un uso metafórico a
lo que es la gerontofilia. Arrugado, arrugado, hay vida abajo de mi
ombligo, pero sólo me excita la ninfa que se murió desapareciendo en el
viento de antaño frenético.
Guardo crucifijos y me dejo
la oración, amarrada entre los dientes viejos y torcidos. La lengua
tuerta ya no ve lo que permite decir. La foca floja se ha comido las
ostras y el verde y mohoso campanario sólo ha dejado un relámpago de
estruendo. Cuando uno se siente viejo ya no envejece, sólo comienza a
desaparecer, como las olas de caramelo en la tierra de los glotones.
El semáforo se daña. Todos caminan, las nubes van a ningún lugar.
Hermanos,
cojan los frutos que salen de mis brazos e ignoren mi llanto. Vuélvanse
nubes, vayan a ningún lugar. Suenan las campanas como pólvora
estallando queda.
Extrañamos para no olvidarnos, o tal vez para no
recordarnos...el foco de luz estalla, y tú te vas, me revientas el
pecho, me dejas sin besos, me dejas muerto y yo digo gracias...
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