domingo, 27 de mayo de 2012

(sin título)


(sin título)

Malditos sean los mormones que hablan de mi forma anti-simétrica,
El alma hecha caos de los héroes en la guerra, paranoicos por siempre, desconfiados de los  “hijos”, y el ventilador como una cortina, un señuelo que se agita en un redondel para desatar vicios de locura, humeantes campos de psicosis y esquizofrenia.
Las granadas fueron lanzadas y el coronel corrió mientras agitaba su bayoneta. Atravesando, tajando y mutilando brazos. Como los “bastardos sin gloria”, las tropas fueron levantadas entre la mierda y el rito burdo de la violencia. Disfrutamos del fuego que rostizaba los cuerpos heridos de los soldados enemigos. Malditos nazis decían algunos “recordando” sólo frases de ciertas películas, y citándolas una y otra vez.
Nada parecía tener sentido. Los erectos miembros asaltaron las casas, con madres negras y niñas pequeñas; Violando derrochamos nuestra venganza al mundo y deseamos matar otra vez…nos dimos cuenta que ese infierno era el manicomio de nuestro encierro y nuestra cordura. Bestias sin sentido, manipulados por el napalm y el sonido de los helicópteros traqueteando en el viento un posible rescate ó atentado.
Asesinos, homofóbicos, por “cultura” xenofóbicos, machistas y drogadictos. Incultos en mayoría, sobre las guerras y el porqué de ellas, desde la primera gran guerra a la segunda. La guerra de Vietnam, los golpes de estado de presentes en los países latinoamericanos, el comunismo, el socialismo, los bolcheviques, Lenin, Stalin, y sólo conocido por películas, un tal Hitler.
No valía la pena saber lo que no nos salvaría en el campo de batalla, en nuestra gran mayoría éramos torpes latinos condenados al no sé cómo y al no sé por qué, a la bruta necesidad de sobrevivir a toda costa.
5 días y tres horas después de haber sido tragado por un aturdimiento onírico, las caras medio muertas, ensimismadas, desganadas y aletargadas de los soldados a mi lado, me despertaron por completo, y mi estupor fue acompañado de dolores en el pecho. Me di cuenta que mi cuerpo famélico, al igual que el de mis acompañantes, estaba golpeado y amoratado. No recordaba nada más que un montón de palabras que reconocía desde lo más interpretativo hasta el detalle más semántico, también la capacidad de distinguir las barraras culturales de las naciones y de los estratos privilegiados en comparación con el proletariado campesino…pero nada más. Sólo sabía, por boca de algunos, que hace 5 días y tres horas despertamos todos, adormecidos pero asustados, como dopados por calmantes para caballo, un caballo que intenta a pasos fallidos escapar de depredadores asquientos, con manos y pies, con francotiradoras y revólveres magnum…no hay un dónde al cual se pueda realmente escapar. Y ahí estábamos en un helicóptero, sobrevolando una jungla adornada por sombras y espesa neblina…la arboleda nos tragaba a los lejos, sólo con suspiros de ópticas ilusiones y bélicos campos que nos quitaban cualquier rincón de paz que pudiera posar en nuestras ya agitadas y desordenadas mentes.  Un soldado nos dio algunas indicaciones de cómo usar las armas y de quién sería nuestro líder ó coronel; tardé en darme cuenta que lo pesado que estaba tallando mis piernas era un fusil cargado con mirada roja que penetraba la noche. Asustados fuimos asesinos y asesinados, nunca supimos el porqué del ruido ensordecedor de las granadas, más que eso, nunca  supimos por que estábamos allí… Odien a todos, maten a cuantos vean. Todos son sus enemigos, todo es suyo a menos que la muerte les anuncie lo contrarió. Eso nos dijo un soldado loco, de ojos saltones, antes de hacernos saltar como trozos de carne sin alma, a las fauces de la jungla.
Otra vez dopado, los días pasan y sólo logro danzar entre los apodos  que me acompañaron en mi infierno…2 meses, o por lo menos fueron dos meses hasta que el tiempo dejo de importar en las noches frías de nosotros, que éramos 10… sólo quedamos tres. Tal vez habría más de nosotros, tal vez ya nosotros mismos los habíamos matado. Tragando tierra y pasto cual vacas, intentamos encontrar un rincón de paz en nosotros.
Nos encontramos y aliamos con más, soldados amantes de sus pistolas, novios de sus municiones, parejas de la duda de todo, del día, de la noche, del sueño, de la realidad. Y quién puede realmente decir que eso pasó, quién puede realmente decir que eso NO pasó. El caso es que nos unimos al impulso cavernícola de la necesidad resuelta a toda costa, nos vimos en la demencia y en el rito pagano del hambre…comimos soldados sobrevivientes pero medio muertos, los devoramos. Todos nos odiábamos, pero éramos de fiar puesto que todos desconfiábamos de todos.
Dormí  al lado de mis colegas, de esa manada de caníbales y monstros, dormí en la tierra, abrazado a mi fusil, muerto de sed, tanta sed que me hacía perder de cuenta el suelo fangoso de la jungla desierta de frutos, el frío de la penumbra. Y sin saber cómo, desperté, rodeado de gente extraña, en una cama, en una pieza. Desperté gritando, frustrado, asustado, separado de mi fusil, de mí, me decían que todo fue un sueño, pero aún siento las cicatrices en mi espalda, aunque ellos, esos extraños que decían ser mis hijos y mis hermanos, y mi esposa, decían que no las veían…me encerraron en un cuarto extraño, en el que finjo ser de ellos lo que ellos quieren que sea. Sé que me tienen miedo. Hablaron de un accidente, de que perdí la memoria,  y trajeron médicos, mormones, estúpidos mormones y psiquiatras, que fueron a “mi ayuda”, diciendo que estaba enfermo, pero ellos nunca notaron el alma hecha caos de los “héroes”, por que lo fuimos al sobrevivir, paranoicos por siempre, desconfiados de los  hijos; y el ventilador como una cortina, un señuelo que se agita en un redondel para desatar vicios de locura, humeantes campos de psicosis y esquizofrenia.
Y quién puede realmente decir que eso pasó, quién puede realmente decir que eso NO pasó. Y el traqueteo del ventilador se confunde con el de el helicóptero que nunca llegó por nosotros…volveré a casa, por fin volveré a casa, y el ventilador no deja de sonar…
Fin

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