Ningún lugar.
Las sirenas odian el color blanco porque es el rumbo final,
donde los barcos sus tripulantes visitan la muerte, donde ellas tienen impedido
el paso, porque ya tienen dueño, porque son las amantes, las esclavas eternas
de Poseidón. Miran el sol rojo y negro esperando quemarse, pero saben que están
en el agua y que no se quemarán, así que nadan hasta la albura, pero, una vez
se encuentran frente a ella, sus miradas se llenan de miedo, su dolor se vuelve
intenso, sienten el aire del exterior enfriándoles el cuerpo, el alma… tienen
miedo y vuelven a la oscuridad del océano, a los besos y a los encantos que
otorgan a los viajeros terrestres que se aventuran a surcar aguas extrañas… los
atraen y les roban sus almas y sus recuerdos; les quitan la luz y el aire que a
ellas les falta.
Anna se levanta de su cama, es un domingo, y como todos los
días, desviste su cuerpo no dando importancia al que la mira desde otro lugar,
al lado del nido de avispas y del farol que le roza los parpados con su luz férrea
en las noches de inconcebible sueño.
Se mira frente al espejo, ve las manchas saliendo, manchas
negras y de morados bordes. Su piel es blanca como la leche de las vacas y las
cabras, pero esas manchas la llenan de miedo y de asco, tanto así que le teme a
la obscuridad dado que puede que en ésta, según ella, sus manchas crezcan y la
absorban por completo… Ese farol de luz brillante es su consuelo en las noches,
eso y el fuego que siente dentro del
pecho y que le salta por los ojos.
Sabe que su cuerpo, recientemente adulto y núbil, contiene aproximadamente
65% de agua, aproximadamente 45 litros de la misma. Cierra los ojos y se toca
los pechos, las piernas, los cabellos rojos que le cuelgan hasta los hombros, y danza desnuda con su vello
púbico balanceándose graciosa y cosquillosamente entre sus muslos. Siente en su
cuerpo una fogata de agua que le hace hervir la sangre.
De pronto, una fuente de energía la llena y la hace
desbordar de euforia y de tristeza. La histeria se apodera de su cuerpo y queda
paralizada frente a la ventana.
Ya es de noche. Él está ahí, la mira excitado desde el farol,
siente como su mirada se descontrola y la rapta y la besa… la ama profundamente…
Mira su camisa blanca de botones, y despacio los separa. Anna lo mira puesto que
su mirada es lo único que no ha quedado paralizada. Lo mira con atención y se
sorprende…. ¡Es tan horroroso y tan bello!…tan hermoso. Tiene un gran agujero
en el pecho, un agujero grande, inmenso; en ese agujero podría caber una mano
adulto, incluso el brazo.
John fuma y por su agujero pasa el humo. Sabe que ella lo
está mirando, sonríe y se acaricia las mejillas afeitadas mientras piensa y
siente el otoño que le cae en el cuerpo como navajas suizas en temporada.
Ella llora y no entiende por qué. Experimenta una extraña
sensación, como si su corazón fuese una manzana a la que le han dado un
mordisco que le descose toda la carne. ¿Es eso amor?-piensa ella… ¡tanto dolor!
Grita, y provoca que las luces de toda la casa se prendan y que sus padres
salgan corriendo al segundo piso al auxilio de su hija, pero cuando van ella ya
está tendida en la cama fingiendo un sueño que ellos no desean interrumpir, por
muy falso que este sea.
Es lunes por la tarde y John ha salido a caminar, a comprar cigarrillos y unas
cervezas. En el camino mira en una tienda algo que le agranda las pupilas y le
hace pensar en ella.
Ya son las cinco de la tarde y decide volver a casa, cuando
subiendo la colina en la que vive, muy cerca realmente de donde ella, es decir
unos 200 metros de distancia, la ve, ve que ella baja mientras el sube. No
puede evitar sentir pánico y como su corazón se echa para atrás mientras late
con furia y descontrol; está quieto, paralizado, al igual que Anna que le ha
reconocido. Ella no sabe que sentir en ese momento sólo duró pocos segundos,
así que decide caminar, traspasarlo, sobrepasarlo, olvidarlo, estar lejos de
él.
El sábado, como todos los días de John, se despertó tarde y
antes de levantarse se quedó mirando el techo negro de su cuarto. A diferencia
de Anna él ama lo obscuridad, y su deseo por ésta es lo que a ella sólo le causa
angustia.
Se masturba antes de ir a desayunar, eyacula y cierra los ojos para
concentrarse en sentir como sus testículos se desinflan.
Después de desayunar se toma su medicamento para la depresión. John vive sólo
aunque por las constantes y siempre alarmadas y preocupadas llamadas de su
madre, vive como si ella viviera junto a él, lo que le causa una irremediable
sensación de displacer.
Ese sábado llegada la noche, al lado del farol y mirando ya se sabe a dónde,
John lo decidió.
Anna vive con lo que sus padres le dan. John trabaja
dibujando en las aceras retratos de la ciudad y sus transeúntes… no le va nada
mal.
Ese lunes en la noche Anna está vestida con una pijama color
piel que sus padres le compraron. Su cama está al lado de la ventana, ella se recuesta
y busca a su posible enamorado, el cual es muy guapo a su parecer. No lo
encuentra y le entra un cierto desconcierto; logra dormir, y por qué no, aunque
con la duda encima del sueño- ¿le habrá pasado
algo?
Martes, miércoles, jueves y el no aparece- se habrá cansado de mí, será que ya
no soy hermosa- llora estúpidamente y se comienza a cortar en sus manchas
oscuras, que son para ella la posible causa de fealdad, y realmente siente que
eso es algo más factible que posible, pero al cortarlas el dolor es
insoportable y el líquido espeso que sale de ella es duro como la arena.
Es viernes, es de día y John está al lado del farol, la mira
alistándose; ella ha corrido la cama y ha procurado no mirar más puesto que
está segura que él ya no la mirara desnuda, lo cual le produce un algo confuso
en la boca del estómago.
Anna se viste, se maquilla, se prepara para salir y eso es obvio; él la sigue
con la mirada hasta la sala descubierta de cortinas, la mira salir y sonríe. Corre
para esperarla bajo la colina. Siente que el corazón da pasos fuertes al frente,
a punto de querer salir y cantar.
Anna sale de casa, baja lo colina, se distrae mirando el
suelo, siente que hay alguien frente a ella, levanta la cabeza, se sorprende,
se queda inmóvil, abre los ojos, intenta decir algo, pero respiración falla y
sólo siente dolor en el estómago que se revienta por dentro.
John la mira, espera a que ella le mire, sonríe cuando ella
le mira, y corre hacia ella con el objeto que había comprado de aquella tienda
sólo para ella, y con ése objeto que brillaba con el reflejo del sol, la
apuñaló en el estómago, una y otra y otra vez, y sentía como el cuchillo la
penetraba y se excitaba ante esa situación, luego comenzó a apuñalarse a sí
mismo… fue rápido pero no terminó ahí. John sabía de las manchas negras que
rodeaban el cuerpo de Anna así que comenzó a acuchillarla en ellas, mientras ella
gritaba y lloraba y la gente salía de sus casas para saber por qué.
Anna se siente traicionada, se siente tonta, siente rabia, y
con la misma fuerza de ese hombre, y con las casi nulas y muy reducidas fuerzas
de ella, dirigió el cuchillo al agujero que él tenía en el corazón, y lo subió
con fuerza hasta que el filo le llegó a la garganta y la sangre se esparció por
toda la colina.
John dirigió su peso hacia el pecho de Anna, y Anna sin
fuerzas cayó, y mientras caían, ella y él se vieron en un lugar extraño lleno
de agua en el que estaba también toda la ciudad, inundada como Atlántida o una
Iberia sumergida. Sus cuerpos eran ligeros y todo sentimiento, de pasión, odio
o excitación, se fue disolviendo de ambos. Sus miembros comenzaron a
desintegrarse, a volverse polvo, él quiso tocar la mano de ella, y ella la de
él, pero justo cuando sus dedos estaban a punto de tocarse él se volvió negro y
se desintegró en polvo con una última sonrisa, y ascendió hasta los rayos de la
esfera y consumido por el agujero de su pecho se convirtió en una mancha negra
del sol. En ese momento Anna comenzó a caer con prisa mientras su cara se
llenaba de espanto, y paulatinamente en un gesto pacifico… ya no había ciudad.
Anna se desintegro, pero mientras lo hacía sus manchas desaparecieron y ella
sonrió por ello. Se volvió luz, una luz blanca capaz de espantar a la obscuridad
y en la que habitaba el aire; pero en el fondo de esa agua, de ese mar profundo
que salió de sus cuerpos y se multiplicó, la tierra era negra y el mar era
blanco, un blanco tan profundo al que no tienen paso los barcos, las sirenas y
ni siquiera los dioses.
Se masturba antes de ir a desayunar, eyacula y cierra los ojos para concentrarse en sentir como sus testículos se desinflan.
Después de desayunar se toma su medicamento para la depresión. John vive sólo aunque por las constantes y siempre alarmadas y preocupadas llamadas de su madre, vive como si ella viviera junto a él, lo que le causa una irremediable sensación de displacer.
Ese sábado llegada la noche, al lado del farol y mirando ya se sabe a dónde, John lo decidió.
Martes, miércoles, jueves y el no aparece- se habrá cansado de mí, será que ya no soy hermosa- llora estúpidamente y se comienza a cortar en sus manchas oscuras, que son para ella la posible causa de fealdad, y realmente siente que eso es algo más factible que posible, pero al cortarlas el dolor es insoportable y el líquido espeso que sale de ella es duro como la arena.
Anna se viste, se maquilla, se prepara para salir y eso es obvio; él la sigue con la mirada hasta la sala descubierta de cortinas, la mira salir y sonríe. Corre para esperarla bajo la colina. Siente que el corazón da pasos fuertes al frente, a punto de querer salir y cantar.