jueves, 23 de enero de 2014

Ningún lugar.

Ningún lugar.
Las sirenas odian el color blanco porque es el rumbo final, donde los barcos sus tripulantes visitan la muerte, donde ellas tienen impedido el paso, porque ya tienen dueño, porque son las amantes, las esclavas eternas de Poseidón. Miran el sol rojo y negro esperando quemarse, pero saben que están en el agua y que no se quemarán, así que nadan hasta la albura, pero, una vez se encuentran frente a ella, sus miradas se llenan de miedo, su dolor se vuelve intenso, sienten el aire del exterior enfriándoles el cuerpo, el alma… tienen miedo y vuelven a la oscuridad del océano, a los besos y a los encantos que otorgan a los viajeros terrestres que se aventuran a surcar aguas extrañas… los atraen y les roban sus almas y sus recuerdos; les quitan la luz y el aire que a ellas les falta.

Anna se levanta de su cama, es un domingo, y como todos los días, desviste su cuerpo no dando importancia al que la mira desde otro lugar, al lado del nido de avispas y del farol que le roza los parpados con su luz férrea en las noches de inconcebible sueño.
Se mira frente al espejo, ve las manchas saliendo, manchas negras y de morados bordes. Su piel es blanca como la leche de las vacas y las cabras, pero esas manchas la llenan de miedo y de asco, tanto así que le teme a la obscuridad dado que puede que en ésta, según ella, sus manchas crezcan y la absorban por completo… Ese farol de luz brillante es su consuelo en las noches, eso  y el fuego que siente dentro del pecho y que le salta por los ojos.
Sabe que su cuerpo, recientemente adulto y núbil, contiene aproximadamente 65% de agua, aproximadamente 45 litros de la misma. Cierra los ojos y se toca los pechos, las piernas, los cabellos rojos que le cuelgan hasta  los hombros, y danza desnuda con su vello púbico balanceándose graciosa y cosquillosamente entre sus muslos. Siente en su cuerpo una fogata de agua que le hace hervir la sangre.
De pronto, una fuente de energía la llena y la hace desbordar de euforia y de tristeza. La histeria se apodera de su cuerpo y queda paralizada frente a la ventana.
Ya es de noche. Él está ahí, la mira excitado desde el farol, siente como su mirada se descontrola y la rapta y la besa…  la ama profundamente… Mira su camisa blanca de botones, y despacio los separa. Anna lo mira puesto que su mirada es lo único que no ha quedado paralizada. Lo mira con atención y se sorprende…. ¡Es tan horroroso y tan bello!…tan hermoso. Tiene un gran agujero en el pecho, un agujero grande, inmenso; en ese agujero podría caber una mano adulto, incluso el brazo.
John fuma y por su agujero pasa el humo. Sabe que ella lo está mirando, sonríe y se acaricia las mejillas afeitadas mientras piensa y siente el otoño que le cae en el cuerpo como navajas suizas en temporada.
Ella llora y no entiende por qué. Experimenta una extraña sensación, como si su corazón fuese una manzana a la que le han dado un mordisco que le descose toda la carne. ¿Es eso amor?-piensa ella… ¡tanto dolor! Grita, y provoca que las luces de toda la casa se prendan y que sus padres salgan corriendo al segundo piso al auxilio de su hija, pero cuando van ella ya está tendida en la cama fingiendo un sueño que ellos no desean interrumpir, por muy falso que este sea.


Es lunes por la tarde y John ha salido a  caminar, a comprar cigarrillos y unas cervezas. En el camino mira en una tienda algo que le agranda las pupilas y le hace pensar  en ella.
Ya son las cinco de la tarde y decide volver a casa, cuando subiendo la colina en la que vive, muy cerca realmente de donde ella, es decir unos 200 metros de distancia, la ve, ve que ella baja mientras el sube. No puede evitar sentir pánico y como su corazón se echa para atrás mientras late con furia y descontrol; está quieto, paralizado, al igual que Anna que le ha reconocido. Ella no sabe que sentir en ese momento sólo duró pocos segundos, así que decide caminar, traspasarlo, sobrepasarlo, olvidarlo, estar lejos de él.
El sábado, como todos los días de John, se despertó tarde y antes de levantarse se quedó mirando el techo negro de su cuarto. A diferencia de Anna él ama lo obscuridad, y su deseo por ésta es lo que a ella sólo le causa angustia.
Se masturba antes de ir a desayunar, eyacula y cierra los ojos para concentrarse en sentir como sus testículos se desinflan.
Después de desayunar se toma su medicamento para la depresión. John vive sólo aunque por las constantes y siempre alarmadas y preocupadas llamadas de su madre, vive como si ella viviera junto a él, lo que le causa una irremediable sensación de displacer.
Ese sábado llegada la noche, al lado del farol y mirando ya se sabe a dónde, John lo decidió.
Anna vive con lo que sus padres le dan. John trabaja dibujando en las aceras retratos de la ciudad y sus transeúntes… no le va nada mal.
Ese lunes en la noche Anna está vestida con una pijama color piel que sus padres le compraron. Su cama está al lado de la ventana, ella se recuesta y busca a su posible enamorado, el cual es muy guapo a su parecer. No lo encuentra y le entra un cierto desconcierto; logra dormir, y por qué no, aunque con la  duda encima del sueño- ¿le habrá pasado algo?
Martes, miércoles, jueves y el no aparece- se habrá cansado de mí, será que ya no soy hermosa- llora estúpidamente y se comienza a cortar en sus manchas oscuras, que son para ella la posible causa de fealdad, y realmente siente que eso es algo más factible que posible, pero al cortarlas el dolor es insoportable y el líquido espeso que sale de ella es duro como la arena.
Es viernes, es de día y John está al lado del farol, la mira alistándose; ella ha corrido la cama y ha procurado no mirar más puesto que está segura que él ya no la mirara desnuda, lo cual le produce un algo confuso en la boca del estómago.
Anna se viste, se maquilla, se prepara para salir y eso es obvio; él la sigue con la mirada hasta la sala descubierta de cortinas, la mira salir y sonríe. Corre para esperarla bajo la colina. Siente que el corazón da pasos fuertes al frente, a punto de querer salir y cantar.
Anna sale de casa, baja lo colina, se distrae mirando el suelo, siente que hay alguien frente a ella, levanta la cabeza, se sorprende, se queda inmóvil, abre los ojos, intenta decir algo, pero respiración falla y sólo siente dolor en el estómago que se revienta por dentro.
John la mira, espera a que ella le mire, sonríe cuando ella le mira, y corre hacia ella con el objeto que había comprado de aquella tienda sólo para ella, y con ése objeto que brillaba con el reflejo del sol, la apuñaló en el estómago, una y otra y otra vez, y sentía como el cuchillo la penetraba y se excitaba ante esa situación, luego comenzó a apuñalarse a sí mismo… fue rápido pero no terminó ahí. John sabía de las manchas negras que rodeaban el cuerpo de Anna así que comenzó a acuchillarla en ellas, mientras ella gritaba y lloraba y la gente salía de sus casas para saber por qué.
Anna se siente traicionada, se siente tonta, siente rabia, y con la misma fuerza de ese hombre, y con las casi nulas y muy reducidas fuerzas de ella, dirigió el cuchillo al agujero que él tenía en el corazón, y lo subió con fuerza hasta que el filo le llegó a la garganta y la sangre se esparció por toda la colina.
John dirigió su peso hacia el pecho de Anna, y Anna sin fuerzas cayó, y mientras caían, ella y él se vieron en un lugar extraño lleno de agua en el que estaba también toda la ciudad, inundada como Atlántida o una Iberia sumergida. Sus cuerpos eran ligeros y todo sentimiento, de pasión, odio o excitación, se fue disolviendo de ambos. Sus miembros comenzaron a desintegrarse, a volverse polvo, él quiso tocar la mano de ella, y ella la de él, pero justo cuando sus dedos estaban a punto de tocarse él se volvió negro y se desintegró en polvo con una última sonrisa, y ascendió hasta los rayos de la esfera y consumido por el agujero de su pecho se convirtió en una mancha negra del sol. En ese momento Anna comenzó a caer con prisa mientras su cara se llenaba de espanto, y paulatinamente en un gesto pacifico… ya no había ciudad. Anna se desintegro, pero mientras lo hacía sus manchas desaparecieron y ella sonrió por ello. Se volvió luz, una luz blanca capaz de espantar a la obscuridad y en la que habitaba el aire; pero en el fondo de esa agua, de ese mar profundo que salió de sus cuerpos y se multiplicó, la tierra era negra y el mar era blanco, un blanco tan profundo al que no tienen paso los barcos, las sirenas y ni siquiera los dioses.